Para transformar la educación y, por tanto, la sociedad, no basta solo con buscar nuevas estrategias, nuevas metodologías o excelentes innovaciones de aula. Una rápida visión de la situación actual nos muestra que los colegios más segregadores, conservadores, elitistas y clasistas, aquellos que educan para ser dirigentes de la sociedad, son también los que más utilizan muchas de las estrategias que consideramos más innovadoras. De hecho, son eficaces para conseguir la formación de dirigentes que se pretende. La educación tradicional, transmisiva y memorísticas parece que es suficiente para escolarizar a la mayor parte de la población, especialmente a los colectivos más vulnerados.
Esto contradice las lógicas que a veces utilizamos en educación, especialmente desde la didáctica, en las que se pone el énfasis en los cambios estratégicos, pero olvidamos los paradigmáticos. Si un sistema sirve tanto para reforzar el sistema clasista como para promover una educación crítica, es que no está transformando las raíces de la exclusión, la segregación y el autoritarismo. La sociedad no cambia, sino que se perpetúa, dejando a cada uno en su sitio. Eso sí, con más eficacia.
El problema, por tanto, está en como estamos pensando la educación y cual es el sentido que le damos en relación a los problemas radicalmente importantes del mundo: la exclusión, la pobreza, el patriarcado, el aniquilamiento de la naturaleza, etc. Para qué educamos; cual es el sentido de lo que hacemos; para qué sociedad; para qué ciudadanía… Creo que son preguntas previas antes de pensar en las estrategias y en la innovación. De eso hablo en esta entrada que, generosamente, me ha publicado El Diario de la Educación. Si con una educación universal el mundo no deja de repetir los mismo errores y este implacable descenso a los infiernos, es que algo no estamos haciendo bien en nuestros sistemas educativos.
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